La ilusión del Camino con la sabiduría de un hombre mayor

Don Sebas sólo quería ser Sebas, un viejo joven y sabio que supo aprehender de la Vida o del Camino de la Vida las mejores enseñanzas. No se sentía viejo a sus 77 años y le gustaba más "enrollarse" con los jóvenes que charlar con los adormilados abueletes de "su quinta"
Veterano de muchas andanzas y más de andares peregrinos, andarín contumaz donde los haya, narrador jubiloso de sus caminos a Santiago, no se dejaba llamar Don Sebas ni se sometía a la voluntad de sus hijos y nueras que pretendían que de una santa vez dejase esa chochería de hacer el Camino de Santiago.
Y caminaba felicísimo por la Vía de la Plata en un domingo primaveral muy luminoso de 2.010. Se detuvo unos minutos a descansar mientras observaba a los hermosos toros bravos que conjugaban sus bellas estampas con el paisaje platense en un campo lindante con el camino.
Recordó por enésima vez uno de sus temas recurrentes cuando hablaba con otros peregrinos: "Gracias al Camino perdí mis dos adicciones, los toros y el tabaco" Así era, no fumar le vino de perlas para su salud. No celebrar la agonía y muerte de un toro le hizo mejor persona. Sebas el peregrino tuvo en tiempos veleidades toreras e incluso llegó a torear en una becerrada de aficionados. Pero ahora veía todo aquello como una "monstruosa experiencia" de juventud, tan cruel como innecesaria. Sebas el peregrino había envejecido con dignidad. Su ilusión por el Camino siempre fue pareja a su aprendizaje en la Vida, y ahora sentía un remanso en su espíritu y la ilusión imperecedera de seguir caminando mientras el cuerpo aguantase.
Percibió que un toro de aquellos, un bonito ejemplar cárdeno, le miraba, y le vino a la memoria la famosa anécdota del torero Antonio Bienvenida. El "matador" contó en cierta ocasión que le había parecido ver llorar a un toro cuando iba a estoquearlo.
Sin dejar de mirar al animal, la bondad de Sebas hizo que asomasen por sus ojos dos lágrimas. De pronto se sentía conmovido en lo más profundo de su ser. El torero no lloró en su día pero el caminante acababa de sufrir aquella estocada como suya. Sus lágrimas eran un acto de desagravio a tanta ignorancia y terquedad humanas. Él le devolvía al toro aquellas lágrimas de una "tarde de fiesta española"
Y el Camino de Santiago del siempre joven Sebas, camino de amor y esperanzas, siguió alargándose para bien.